Un diálogo imposible. Represión y represores en Maldición eterna a quien lea estas páginas de Manuel Puig

Maldición eterna (1980) es una novela en forma de diálogo. Diálogos reales o imaginarios, en los que emerge un fondo de represión. Apropiación y despojamiento forman los mecanismos del diálogo entre el señor Ramírez, un exiliado político argentino en Nueva York, viejo y enfermo, y el joven Larry, cuyo empleo temporáneo lo lleva a pasear a Ramírez en su silla de ruedas. Ramírez ha sufrido cárcel y torturas, vive traumatizado y su enfermedad parece ser consecuencia de la terrible experiencia vivida; no puede ni quiere recordar, vive en la desmemoria, su pasado. Pero también desconoce las sensaciones y las nociones inmediatas, que parece querer recuperar a través del diálogo con Larry, en una suerte de experiencia vicaria, entablando un juego peligroso de imposturas recíprocas, en el que transfiere, a su vez, los oscuros mecanismos represivos. Junto a las temáticas que obsesionan a Puig (1933-1990) en las relaciones sexuales y familiares, la acción está concertada por una suerte de dramaturgia que Ramírez impone: situaciones que son relatadas en forma de psicodrama y alternancia de roles. El exiliado deja ver un mundo de cárceles interiores tejido en una red de represiones, en el que Larry se interna y participa, sea para obtener beneficio de las notas políticas y personales de Ramírez, sea porque los mecanismos perversos los identifican a ambos. Por medio de la decriptación de los códigos encerrados en los libros de Ramírez, el joven le restituye su pasado posible, per a la vez incierto, en el que quizá, detrás de su calidad de víctima, se esconda acaso la traición y la culpa. Un diálogo, en fin, de autocensuras y trampas que concluye con la muerte y el secreto.